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La importancia de llamarse Ernesto, un retrato de hipocresía social

La importancia de llamarse Ernesto. Foto: Teatro Pavón

El Teatro Pavón ha recibido sobre el escenario La importancia de llamarse Ernesto, la obra que escribió Oscar Wilde en 1895. Esta versión destaca por la magistral actuación de Silvia Marsó, Pablo Rivero, Júlia Molins, Ferran Vilajosana, Paula Jornet, Albert Triola y Gemma Brió y por la propia trama que sigue de absoluta actualidad con su inteligente crítica a la hipocresía de una sociedad cada vez más conservadora.

La función comienza sin dilación respetando el texto original y su crítica sobre las falsas apariencias. Para ello, lo hacen a través de un ciervo colgado en la pared e iluminado con unas guirnaldas. La trama que tiene mucha enjundia nos lleva a ver a Gwendolen y a Cecily están enamoradas de Ernesto. El problema es que parece que Ernesto no existe como tal, sino que es Jack el que bebe los vientos por Gwendolen mientras Algernon está embelesado de Cecily.

La obra en general me ha parecido que está bien, creo que hay personajes que pueden mejorar, pero otros están de diez. Es el caso de Silvia Marsó que se come el escenario en cada aparición. Una mujer que se preocupa en exceso por el futuro de su hija, busca lo mejor para ella y solo quiere que el hombre con el que se case sea un buen partido. ¿Lo conseguirá? Pablo Rivero, otro de los rostros más conocidos del elenco, que posiblemente sujete la obra en los momentos más críticos. La obra de Wilde se ha envuelto en la magia de los musicales y, de hecho, podríamos decir que tira un poco hacia el estilo La La Land, en donde las coreografías tenían un gran valor.

La puesta en escena al igual que el vestuario está muy cuidada  aunque sí que hay detalles algo confusos porque si nos dejamos engañar por la indumentaria que viste Lady Bracknell pensaríamos que estamos en unos años pasados, sin embargo, la actriz más joven estudia alemán con unos cascos más modernos. Quizás para los más puntillosos esos matices puedan descolocar.

La obra tiene un buen ritmo de una duración de 105 minutos aproximadamente y es una versión para todos los públicos porque el juego de las identidades es un gancho más que perfecto.

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